Es Noviembre del año 1975, José se alista para recluirse en la colimba, obligatoria en aquellos años. La mala suerte, según él, lo lleva a abandonar su viaje para presentarse a cumplir con su deber cívico y evitar la prisión.
José, un chico de 20 años de edad, flaco (apodo que sigue conservando hasta el día de hoy), alto, frágil de salud; con sus dos pares de medias viejas, sus dos pantalones de trabajo, sus zapatos de goma, sus camisas coloridas, y un pantalón campana guardados en su valija vieja, es enviado a Tucumán para cumplir su labor allá.
Es cocinero. Recuerda aun hoy los pomelos jugosos que solía comer, y trae a la escena a sus compañeros, y más de una vez se preguntan ¿donde estarás? Recuerda todo cómo si el llamado hubiese sido hoy, y como si escuchara e tren alejarse en las vías sin él.
Recuerda haber visto al General Rafael Videla, bajar de un helicóptero en un descampado, al frente de su tropa para pedir informe de la situación de ese lugar. Inmortaliza las mil noches bajo la lluvia que paso haciendo guardia. Piensa en los jovencitos que vio llorar y suplicar por sus vidas en los campos de Tucumán, alrededor de una fogata y latas vacías de pescado.
Entre recuerdos José se conmueve, y me cuenta la historia más trágica de ese tiempo de su juventud. Al amanecer del 28 de Marzo de 1976 le dan autorización de volver a Jujuy con algunos de sus compañeros. En el camino, cerca de Ledesma se detiene el camión que los transportaba, eran de madrugada, no se veía nada, pero se oían gritos de ruegos. Todos los tripulantes debieron bajar y se desploma antes ellos el escenario conmovedor: es un hombre robusto, al lado de su familia que suplica por la vida de su esposa e hijo. José solo tiene 20 años de edad y no ha escuchado atentamente que los subversivos deben ser “detenidos” para volver a la estabilidad nacional. Me cuenta su historia en el living de su casa, frente a un pequeño comedor, acompañados por sus hijos que escuchan la historia sin intervenir; entre angustias recuerda aquel hombre que fue asesinado al costado de la ruta, frente a su familia, como un perro, a sangre fría.
Cumplido el tiempo en Jujuy José, con el resto de sus compañeros debe volver a Tucumán, pero su salud no es buena, tiene varios inconvenientes médicos que certifican los doctores del ejercito y de esa forma deja la colimba.
José Marcelo Sánchez lleva, más que el sello de los oficiales en el documento, los amargos recuerdos de haber participado en las detenciones por mando de sus superiores y haber contribuido al gran numero de desaparecidos actualmente.
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