- Siempre es la misma situación cuando vamos a salir, que “la pollera es muy corta, estoy gorda, estoy muy maquillada, ¡que va a pensar la gente!”, etc., etc. Siempre pensando que hace el ridículo, aunque yo jamás lo pensé… y creo que nadie lo ha hecho nunca.
Ya es muy tarde, la espero cinco minutos más y me voy ¡tanto puede tardar en arreglarse! Mejor escucha música para pasar el tiempo.
¡Por fin llegas! Ya me estaba por ir. No te disculpes, deja, mejor vamos. ¿Por qué tenés que volver temprano? No te dejo ir nada. Te quiero.
Me voy a comprar algo, ¿queres que compre algo para vos? Está bien, te compro lo que yo creo que te gusta.
Apenas sale del auto se da cuenta que ha olvidado la billetera y regresa, y le pide a ella que busque algo de música, la que más le gusta, para escuchar en el camino. Todavía faltan muchas horas de ruta para llegar a destino. Mientras ella busca un CD encuentra el celular de Julián, le da intriga, se asusta, le tiemblan las piernas, siente miedo pero nadie la detiene en la lectura de los mensajes.
- ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué me miras así? Dale, pone música, te compre lo que te gusta.
No me tires las cosas. ¡Te puedo explicar todo! No me hagas bajar a buscarte porque sabes muy bien que no soy de esa clase de hombres.
Si te vas no vuelvas nunca. ¡Escucha Ángela! No es lo que vos pensas. Créeme por favor… ¡no! No salgo con nadie más, solo te veo a vos, te lo juro.
¡No me digas turro! ¡Entendiste mal las cosas! Y ¿Por qué tenes que tocar mi celular?
Pero bueno, ¡loca! Andate y seguí gritando…a mi no me llames más.
¡Maldición! Si hubiese dejado que le explique iba a comprender que mi madre me dice “cariño”, y que Daniel es mi compañero de equipo cuando jugamos a la pelota.
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